sábado

Xuxuwasi Chronicles Photo Party I


El chuchuhuasi es una sustancia ponzoñosa que corrige las irregularidades menstruales y la tristeza y desamparo de los pueblerinos huaracinos; además, se jacta de ser un potente afrodisiaco, según me acabo de enterar. Como sea, para mí es, simplemente, la forma más grotesca de alcohol barato que existe. Es por eso que, Dave, fornicario hijo de ministros, músico y cuy sonriente, designó las etapas chuchuwasanas antes de que, calin, con un miedo de colegiala virgen en telo de "sábanas blancas", probara el trago y se animará a dar un segundo viaje. Así empezó todo...

Chuchuhuasi.

Hace unos días hablaba con Cexi sobre la necesidad de amnesia voluntaria en diferentes situaciones -en algunos casos, como el mío, en la vida entera. Una de las salidas cobardes y sencillas (sobre todo, cuando hay dinero) es viajar. Viajar, flotar y respirar es un lujo que Lima no se permite. Pero Huaráz sí. El ciclo pasado, alisté maletas y viajé sin aviso alguno apenas terminé mi último examen final. Fue tan rápido que en el bus yo ya vivía mi amnesia simulada. Viajé con un matón, que consideré mi amigo, pero que ya no veo por distancias, digamos, más mentales que físicas. Aunque de todas maneras tengo que agradecerle porque las fotos que tomé son de su cámara y me las acaba de pasar para hacer oficio de fotógrafo amateur (no creo que sea una etapa). En fin, con Placebo en los oídos, y un borgoña helado que tomábamos de pico, enrumbamos al norte. Qué bonita sensación recordarlo. Antes de cerrar los ojos, pues viajabamos de madrugada y estaba cansadísimo, vi la decadencia capitalina por última vez. Nada más figúrese, querido limeño, abrir la cortina del bus y ver las luces calamitosas y el bullicio de Puente Piedra con el aire alcoholizado y las combis hacinadas en un pequeño espacio obligado a paradero, escoltado por gritos grotescos y silbidos aberrantes con el fondo de música de Agua Marina y demás. No me malentiendan, me apasiona la cultura popular, pero es bueno darle descanso a las sensaciones de vez en cuando. Cuando desperté, la imagen fue distinta. Recuperé color...

El guardian entre el Centeno (versión Warás city).



No saben cómo sentía mi sinusitis agradeciendo el aire puro. Purísimo, tíos. Llegamos a la casona de mi tío, y nos instalamos inmediatamente en unos cuartos dignos de paladines campantes. Danny, un primo hermano, de quien he escrito cuentos infames en talleres literarios, nos acogió e hizo de guía toda la semana que estuve ahí. Realmente, ese sujeto es una persona desértica. Puedes admirar su vida como un cuento lineal, pero finalmente aporético. Su historia me provoca una extraña fascinación: vivió conmigo en Lima durante toda mi niñez y parte de adolescencia, y siempre, a pesar de que era parte de la familia, sentí que se consideraba extranjero. Era, como dice el cliché, un extraño en su propia tierra. Como sea, Danny nos llevó a unas montañas, dignas de Tolkien, en donde, junto con una pelota de fútbol (no es necesario mencionar, creo, la tendencia pichanguera de ese lugar), empezó una nebulización natural que me redujo 50 años de edad en el rostro. Trotar en las faldas de esos dioses mientras el sol declinaba fue más que saludable, simplemente, majestuoso. Nos perdimos en la zona de los llamados pishtacos y aprovechamos para tomar fotos en sus guaridas. Había restos de animales, fuego, alcohol y ropa, pero como aún no oscurecía podíamos merodear el lugar con maleducada curiosidad. Obviamente, el cuento de los pishtacos obedece a una cruel tradición espanta turistas, pero con imaginación podías sentir las degollaciones que estos seres calculaban al mismo estilo slasher de Argento. Para escuchar historias sólo hacía falta un movimiento de cuello. Las nubes contaban cuentos, susurraban pasado y gloria, lloraban de angustia.


Stairway to Heaven.


Terminamos en una chacra ajena, pisando sin darnos cuenta la florecida cosecha de un lugareño, mientras se iniciaba una discusión de dónde se encontraba la dirección de la Plaza de Armas de Yungar (pueblito en donde estábamos instalados). La imagen, al darme cuenta del hecho, me recordó un discurso de Velazco que ya no tiene importancia. Estabamos encerrados. Grandes fortalezas de adobe cubrían las periferias de lugar de no ser por un riachuelo que nos indicaba, al alzar la mirada, una dirección a una pista principal (que nos serviría de guía para llegar a casa antes que anochezca), y que ya nos disponíamos a saltar -sólo para realizar una versión más de la caída de Edgar, supongo. Al instante, y salvándonos de un desatino más, apareció el dueño de esos terrenos para indicarnos una salida más efectiva: la puerta trasera de su casa. Lo que me deslumbró fue la amabilidad del tipo y de esa comunidad entera. En un barrio "urbanizado" como en el que vivo, saludar significa debilidad: nadie se conoce, el individualismo es casi ideología y no imagino a mis queridísimos vecinos aplicando la Ley del Burro ante una amenaza delincuencial. Saludar, en los pueblos andinos, es deporte, coqueteo social (y hasta existencial), equitatividad y alegría. Todo el tiempo que duró el camino para regresar me pasé saludando a todo el mundo. Sus respuestas afectivas me hicieron llorar. Llegamos a casa y un café caliente ya nos esperaba, junto con Spike, perro con cara de Balrog y mascota predilecta de ahí, que insistía en que le convidemos el abundante pan serrano que devoramos sin compasión alguna. Una ambrosía total esa noche. Acabamos el borgoña y bajamos a jugar póker, en donde creo perdí mucho dinero porque luego no me quedaba nada en los bolsillos. Ese día, el primero, se asemejó mucho a una entelequía que, definitivamente, buscaba luego de un ciclo pesado (aunque no tanto ya que nunca estudio, como dicen por ahí). Antes de dormir, repasé el Abril Rojo que leía por segunda vez, y me pregunté sobre cuánta sangre caminan mis zapatillas, tajeando memorias y amores. Qué tan frecuente es el olvido en una tierra que se deshace. No reflexioné mucho, sólo escuché Jazz con DirecTV y soñé con los pishtacos, devorando con delicadeza a los culpables de la mala suerte.

Casa del Pishtaco ultrajada.

Como habrán notado, no son estás líneas algún intento por hablar del xuxuwasi -aunque, ciertamente, en los siguientes relatos, estaré dando indicios para que vislumbren esta cosa que titula mi blog y que promete un final febril-, es más una crónica (que quería hacer apenas tuviera las fotos en mi poder) del viaje que hice a Huaráz hace medio año. Además, estoy sumamente picón porque todo el mundo se simplifica la vida viajando y yo, por misio y huevón, me quedaré en Lima. Pronto la segunda parte. Bajen la música de The faint. Está rebueno. Visiten el Perú.

4 comentarios:

Koala dijo...

me contaste q tu viaje fue genial , pero no pensé que fuera taaan genial ... uhm matón x) y tiempo pasado ? bueeno ...

espero te encuentres bien

Saludos
=D

Anónimo dijo...

Olas, bueno, sí me quedé muy pegado con ste relato, luego de hacerlo, veia líneas en la pantalla xD.
A veces visitar otras atmósferas nos revitaliza, además de ayduarnos a comprender algo q quizas hemos olvidado.

Ceci dijo...

viajar a huaraz s como cruzar a otra dimension...io me entretengo viendo las rocas inacabables durant toda la madrugada porque no puedo dormir..s como hipnotizant...y lo mas raro s justament ver la lima n las madrugadas de los dos viajes..el de ida es como un hasta nunca...la vuelta es como una resignacion..como si estuvieras encadenado a lima pa toda la vida y solo hunieran soltado un poquiito la cadena oa q veas de reojo el aluciant cielo azul de ancash..

no se q mas decir... -.-'


ste post, particularment, me gusto ..muchoooo

xD

Calín dijo...

koala: Así es, uno se aburre y debe evitarlo.
hectdx: Gracias por pasar por Xuxuwasi, hectorín.
ceci: Deberías escribir algo sobre Warás, tú que estás obsesionada. Hahaha.

[mai]

 
template by suckmylolly.com