jueves

Dime cómo me llamo


Lo tengo en la lengua como un desabrido deja vú. Sobre todo, en un día como hoy en que la amargura se asemejó a un reflujo intestinal sofocante o biliar. Ella se llama Sandy, y la historia que la rodea es de tan melancólico tono como la canción de Alejandro Sanz, Sandy a orilla do mundo. A continuación el relato.

La secundaria puede ser olímpicamente dura e injusta. El sentido de pertenencia lo es todo; más aún en los grupos selectos en los que uno daría todo el dinero del almuerzo por el carné de membresía. En Norteamerica se reduce a estar en el football team o formar parte de las hotties cheerleaders. Peruanizándolo y llevándolo a un reconocido colegio en el centro de Los Olivos, o eres chévere (pendejo) o una cuerito (lo he resumido a dos grupos de pares en un esfuerzo sobrenatural, porque definitivamente hay más, llámense, los peloteros, los músicos, los chongueros, los gamers, los otakus, las chismosas, los ñoños(as), las rucas, los roscas, etc). Sandy no pertenecía a ninguno de ellos, pero eso no era necesario para caerme bien. Tercero de secundaria y era la niña con quien más disfrutaba hablar. Verla sonrojarse cuando me movía de mi lugar para buscarla y sentarme a su lado llenaba mi pecho de satisfacción y orgullo, síntomas que se incrementaban llevándome a considerarme parte de ella. No eran mariposas en el estómago, las mariposas invisibles se posaban en sus mejillas y yo reía. Lo que me regalaba la pequeña Sandy era simple alegría.

Sandy no era un cuerazo de escultural figura ni de piel rosada como era el prototipo de belleza del 3ero B. Así es, aquel título le pertenecía a otra: Ruth. Sandy, más bien, era la niña de extraña simpatía, ojos grandes y vivaces envueltos en una tímida mirada, nariz respingada y pequeña, cabello barrido por una infantil vincha, y cuerpo delgado y delicado en justo desarrollo. Como sea, los trogloditas de mi salón arrastraban los cojones hacía donde Ruth dirigiera la mirada. Tenía a su disposición a cualquier primate y con tan sólo tronar los dedos mimetizaba el juego de Simon says en la clase pero con adolescentes de hormonas a mil por hora, aturdidos de tanta belleza. Las cojudeces que hicieron por ella son dignas de contar pero las omitiré por la fundamentada necesidad de mencionar al troglodita mayor, al paparulo del sombrerito JACKASS, al imbécil más grande de la historia de los salones de tercero de secundaria: yo. Estaba tan idiotizado con ella que interrumpía toscamente las coquetas conversaciones que sostenía con Sandy luego del recreo, al verla pasar y atender sus peticiones como un súbdito de las apariencias de una suerte de caverna platónica, esclavizado por su sonrisa. Todo ese circo sin pensar en el diamante que estaba a mi lado y se perdía cada vez más entre las rocas de mi indiferencia.

Muchas veces quise tirar la toalla, bendecido por momentos epifánicos al pensar que Ruth jamás se fijaría en mí, cosa que era sumamente cierta. Pero el lado indestructible de mí, la cojudez, hizo que ignorara esos segundos de iluminación. Cuando sucedía esto, estaba decidido a decirle a Sandy que no entendía lo que me pasaba, pero me sentía atraído por ella y me hacía bien verla todos los días. Esta declaración bajo el amparo de sus amigas quienes afirmaban que yo también le gustaba. Pero, repito, este señorito no movió un dedo y perdió una oportunidad más en su vida. Sandy sólo estuvo un año en mi colegio y su memoria desapareció desapercibida e intacta, lo cual fue bueno. No tuve los huevos para, por lo menos, retener cierto contacto con ella. Y como si fuera poco todo lo narrado, tengo una noticia que me hace estrellar los dedos con las teclas justo ahora en un ataque de furia y, debo agregar, mucha risa. Sucede que...

HOY LA VOLVÍ A VER =S

Así es, luego de 6 años, barba sumamente crecida, 2 centímetros más alto, 20 kilos más en el estómago, con anteojos y sin dinero, la volví a ver. Vi una silueta dionisiaca bajando por el puente peatonal de Senati y, pues, quise apreciar ese ejemplar más de cerca. Cuando vi su rostro no pude creerlo: la pequeña Sandy llevada a su máxima expresión irradiando seducción cual comercial de AXE en versión femenina. Tanto que tuve celos al ver que todo el mundo volteaba a mirarla. Mi reacción inmediata fue correr y perseguirla. Sí, figúrense a un sujeto persiguiendo a otra persona sólo como un ñoño podría hacerlo. Al estar a un metro de ella, le seguí el paso. Normalmente, le hubiera tocado el hombro y me hubiera presentado, abrazado e invitado a salir. Era tan simple como suena. Pero le seguí el paso. Una cuadra, dos cuadras, tres cuadras, y luego desapareció. Entro a la universidad Sedes Sapientiae y yo desaparecí con ella. No pude contenerme y maldije a medio mundo. Ni el Marlboro rojo me acogió. Me percaté de todas mis oportunidades perdidas por la más humana de las cualidades: la duda. Actuar es lo que más hacemos, pero lo que más nos cuesta hacer. Pensar está bien; pero pensar mucho desalienta. Y, en mi caso, te hace imbécil. Los momentos son a ganar o perder, no hay puntos medios. Alguien dijo por ahí que "no hay mejor sensación que la de haber peleado con el máximo de tu fuerza y yacer muerto de dolor en el campo de batalla, victorioso". La frase es mierda, pero tiene algo de razón.

Recordé una película muy buena, Michael Clayton, en la que Arthur Edens, abogado de un bufete reconocido de Nueva York, al darse cuenta que defiende una multinacional agroquímica que ha intoxicado a cientos de granjeros, simplemente, decide desenmascarar todo el bodrio. Y lo hace con un diálogo medio psicópata que preludia la película y constriñe al de buen oído, culminando en la frase decisiva que inicia su proceder: "and that moment, begins now". Luego de escribir esta entrada tengo esa voz crackeada en mi cabeza y llegó el momento de vivir(me). Una suerte de Carpe Diem feroz, contundente y cruel. Viviré...

and that moment, begins now.

PD. Gracias a la magia de la era digital y la sociedad de información, la he encontrado en el hi5 (no sin esfuerzo) y en una foto en la que sale con su novio he comentado con una frase de Leonardo Favio, "Hoy te vi, no fue casualidad... bla, bla, bla" y la he invitado a salir.

 
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