viernes

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Estaba soñando con el departamento donde vivía de pequeño, cuando fui interrumpido con aspereza por mi madre. Normalmente, lo hace para avisarme, mejor dicho, exigirme la puntualidad académica que, obviamente, no tengo. Pero esta vez era diferente. El tono de su voz manifestaba recelosa urgencia, aquella que indica imprevistos de atención inmediata. Eran las 4:oo am.

Era Perry, un ancestral amigo que no veía hace mucho. Esto, gracias a un silencioso y mutuo acuerdo, porque, a pesar de que nos distancian diez minutos, no existe relación amical debido a ciertos "roces" que ahora considero estúpidos. Al verlo me convencí de lo irreparable de la situación. Creo en la amistad y la incondicionalidad que ésta conlleva. Así como, a pesar de que (en su mayoría) son mis amigos quienes suelen tratar de ayudarme, yo también creo poder hacer algo por ellos. Es simple, en esa ocasión, yo no estaba preparado para lo que vendría. Le habían robado la casaca, las zapatillas y todo el dinero que cargaba. Había sido golpeado, también, para ese objetivo.

Perry andaba de parrandas revolcándose en lo que cierta gente podría llamar escoria juvenil (o sea, donde corre de tooodo), pero que bien para uno puede ser una aliviosa salida de lo angustiosa que puede llegar a ser la vida. Cuando la soledad, el desamor y la mala suerte golpean con tal fiereza sin residuo alguno de compasión, vivir al margen de la vida no tendría por qué extrañarnos. El asalto que había sufrido no era nada comparado a su estado como persona. Él estaba hecho mierda.

No puedo narrar cómo Perry llegó a ser lo que es, estoy seguro que más adelante lo haré dedicándole las páginas que realmente merece. Basta saber que su padre está a cargo de una multitudinaria iglesia, su madre es la amabilidad en persona y sus hermanos estudian tanto acá como en el exterior. Como dicen... pasa en las mejores familias. Ni los veinte soles ni las Converse que le di compensarán lo que él me regaló una madrugada nebulosa y fría: utilidad. Por ahora eso es lo que más creo necesitar. Ya no un abrazo pasajero cuando me siento mal, sino confianza en mí para exigirme un lugar, unas zapatillas y, sobre todo, saber que, sin importarme el sueño o la comodidad de un cálido mueble, estaré ahí para agradecerles la confianza. No me importa ensuciarme con su mierda.

2 comentarios:

Kevin morán dijo...

interesante...

Koala dijo...

^^


[[no las pidas x)]]

Saludos
:)

 
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